Autor: Alberto Letona
Si la parsimonia política para formar el nuevo gobierno español está siendo notable, no lo ha sido menos en tierras europeas. La Unión Europea ha precisado una de las cumbres más largas de su historia- otra fue la del Euro- para elegir a sus representantes. Y ello, claro está, ha obedecido a las tensiones habituales entre los dos grupos mayoritarios: Partido Popular Europeo y la Alianza Progresista de Socialistas y Demócratas.
Los Populares europeos conservan la presidencia de la Comisión. La alemana Ursula von der Leyen se ha impuesto al candidato socialdemócrata. La UE ha nombrado también a Christine Lagarde, presidenta del poderoso Banco Central Europeo, quien ha dejado su puesto en el Fondo Monetario Internacional.
Josep Borrell se suma a esta lista, y dirigirá la política exterior de la Unión. El presidente español en funciones, Pedro Sánchez, ha comentado que España debe aprender de estos pactos. A otros les parece que no ha habido cambios sustanciales, y que se trata de un pequeño baile de sillas en el que Alemania y Francia ocupan casi siempre la primera fila.
Los europeos siguen cada vez más distanciados el caminar de la Unión Europea. La apatía puede matar la política y los flashes institucionales no dan visibilidad a las necesidades de los ciudadanos y ciudadanas europeas. No tardará mucho en surgir otro Nigel Farage en algún otro país europeo.